Viajando hasta lo profundo de la selva tras un día de viaje en bote, llegué con emoción y desconfianza al campamento secreto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Como fotoperiodista colombiano, crecí en una familia humilde en el desdén hacia los rebeldes que mis familiares describían como asesinos. Pero al ver a los guerrilleros del bloque sur de las FARC en sus tareas cotidianas mientras se preparaban para la paz, empecé a verlos como gente normal como yo, y decidí fotografiarlos tanto con su uniforme como en su ropa civil para mostrar su lado más humano.
Cumpliendo el acuerdo alcanzado el mes pasado por el Gobierno y los líderes de las FARC se ha establecido un cese el fuego. El 2 de octubre se celebrará un referendo nacional para que los votantes puedan opinar sobre el acuerdo para poner fin a medio siglo de violencia política, que ha dejado más de 220.000 muertos y más de 5 millones de desplazados.
Durante una visita a su campamento secreto, fotografié a rebeldes de ambos sexos del Frente 48 de las FARC y otras unidades rebeldes, pero los hombres no se mostraron tan naturales o cómodos como las mujeres.
Al cambiar los pesados rifles de asalto y uniformes de camuflajes por tejanos, camisetas cortas y lazos en el largo cabello, las mujeres quedaron transformadas. A cada una le pregunté su edad, cuántos años llevaba con las FARC y sus aspiraciones para el futuro.
Muchas dijeron que tenían 18, pero algunas parecían más jóvenes. Muchas también admitieron que se habían unido a las FARC varios años antes. Eso implica que fueron reclutadas como menores, una violación de los derechos humanos que tristemente se encuentra entre las muchas cometidas durante el largo conflicto en Colombia.
Aunque las conversaciones parecían preparadas -los comandantes varones eligieron a qué mujeres podía fotografiar- las imágenes no lo fueron en absoluto. Las mujeres rieron, sonrieron y se colocaron nerviosas la poco familiar ropa de calle. Muchas nunca habían sido fotografiadas de ninguna manera formal y la experiencia me recordó a mi juventud como fotógrafo de estudio en Bogotá, donde tomaba fotos para graduaciones de secundaria e identificaciones oficiales.
Tras pasar su juventud luchando en una guerra fútil, los rebeldes están ahora deseando compensar el tiempo perdido. Una de las jóvenes ni siquiera había terminado la escuela primaria.
Fue muy diferente de la última vez que entré en un campamento de guerrilla, hace más de una década. Los rebeldes entonces eran más reservados, más dogmáticos.
Hoy, los colombianos siguen diciendo en sondeos de forma abrumadora que no les gustan los rebeldes. Los miembros de las FARC han respondido intentando mostrar una imagen más suave en su transición hacia movimiento político.
En mi visita reciente, las guerrillas estaban centradas en sus vidas futuras bajo el acuerdo de paz alcanzado el mes pasado tras cuatro años de negociaciones. Un rebelde incluso aprendía a tocar la guitarra con instrucciones en internet.
Cuando me marché tras una semana, les dije a los rebeldes que los vería pronto. Fue una frase hecha, la clase de cosa que uno dice cuando le faltan las palabras.
La próxima vez, me dijo uno, puede que no nos reconozcas porque estaremos vestidos igual que tú.
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