Nadar con un tiburón ballena en Filipinas es un atractivo turístico que promueve el desarrollo local, aunque también puede alterar el frágil ecosistema marino.
Disfrutar de esta experiencia única de forma ecológica solo es posible en Donsol, todo un santuario creado por la organización WWF.
Decenas de ejemplares del pez más grande del mundo -un adulto puede alcanzar hasta 14 metros de largo y 12 toneladas de peso- visitan los primeros seis meses del año las aguas frente a la costa de Donsol, una pequeña y dispersa ciudad de 47.000 habitantes emplazada 350 kilómetros al sureste de Manila.
A unos 1.500 metros de la orilla el vigilante, encaramado al mástil del barco, avista un tiburón ballena e informa al capitán, que cambia el rumbo y se acerca con precaución al animal hasta que el instructor da a los seis turistas a bordo la señal oportuna para lanzarse al mar.
Bajo el agua, entre la maraña de humanos y sus aletas, máscaras, tubos y cámaras acuáticas, se desplaza indiferente el «butanding», como llaman los filipinos a este inofensivo gigante del mar caracterizado por sus abundantes lunares y una parsimonia comparable a su tamaño.
Acompañarle en su recorrido unos pocos metros hasta que decide desaparecer de dos coletazos es el premio para el buceador tras horas de espera en el barco y un desembolso de 880 pesos (16,5 euros, 17,5 dólares).
El mayor temor de los turistas es regresar a casa sin haber visto un solo ejemplar. «No está garantizado que vayas a ver tiburones ballena en Donsol», advierte el portavoz de WWF en Filipinas, Gregg Yan, en una entrevista con Efe.
Donde sí aseguran al cien por cien la interacción con los «butanding» es en otro lugar unos 400 kilómetros al sur: Oslob, en la isla de Cebú, es el destino número uno del mundo para esta actividad con una industria de más de un millón de dólares al año y entre 200 o 300 visitantes diarios en contraste con aproximadamente cien en Donsol.
Sin embargo, nadar con tiburones ballena en Cebú no es una experiencia respetuosa con el medio ambiente, según los ecologistas, porque se alimenta de forma artificial a estos peces para asegurar su presencia.
«Alimentarlos altera su dieta original basada principalmente en plancton y pequeños peces y sobre todo rompe su ciclo migratorio, ya que se quedan en aguas no profundas y dejan de salir al mar abierto», explica el portavoz de WWF.
Con el fin de ofrecer una alternativa sostenible, esta organización dedicada a proteger el medio ambiente dio inicio en 1999 al proyecto de ecoturismo de Donsol, donde el visitante «puede estar seguro de que todos los tiburones ballena que ve son salvajes», según Yan.
En las últimas dos décadas los donsoleños -gentilicio local heredado de la colonización española- han cambiado su relación con estos enormes visitantes acuáticos, lo que ha dado lugar a una transformación radical.
«En el pasado los navegantes les temían porque eran muy grandes. Cuando veían uno se quedaban inmóviles en el barco por temor a que les atacaran», explica a Efe entre risas Desiree Abitria, funcionaria del Ayuntamiento de Donsol a cargo de la Oficina de Interacción con los Butanding.
En los años 90, sin embargo, los pescadores dejaron de temer al pez al descubrir que se pagaba a hasta 15 dólares el kilo en China, donde una sola aleta podía alcanzar los 700 dólares. Comenzaron entonces las cacerías, que acababan con decenas de ejemplares cada año y amenazaban con alejarlos para siempre del lugar.
Por fortuna, antes de que fuera demasiado tarde «los vecinos se dieron cuenta de que era más rentable protegerlos que matarlos», asegura la funcionaria.
Desde que comenzara el proyecto hace 18 años, Donsol ha pasado de ser una localidad de clase 5 -la más baja según ingresos per cápita- a una de clase 3 gracias a las oportunidades generadas por la industria del ecoturismo.
«Aquí solo había casas y pequeños negocios, pero gracias a las actividades con los butanding ahora tenemos siete resorts, once pensiones y muchos restaurantes y tiendas», indica Abitria.
John, un conductor donsoleño de 32 años que transporta en su triciclo a vecinos y turistas, corrobora este progreso: «hace años trabajé en Manila, pero era muy duro y el sueldo bajo, así que volví a mi tierra aprovechando que ahora es más fácil ganarse la vida».
Los habitantes de Donsol, cuya subsistencia depende hoy directa o indirectamente de los tiburones ballena, esperan con optimismo la temporada alta, de marzo a mayo, en la que estos visitantes llegan a sus costas por decenas.
Hasta entonces avistar un ejemplar es cuestión de suerte y la mitad de las expediciones regresan de vacío. Es el precio, dicen, de una experiencia más auténtica y ecológica.
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