Editorial
El país de los mayores espectáculos del mundo le ha dado al planeta entero un amargo despertar. Hoy, más que nunca, las minorías temen y la incertidumbre se apoderó de la geopolítica mundial por el triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos.
Los mercados bursátiles internacionales se desplomaron. Nadie sabe qué depara el futuro en el plano político, económico o diplomático cuando el poder de la primera potencia mundial cae en manos de un egocéntrico magnate que no ha tenido ningún pudor en reconocer su odio por los inmigrantes latinos, los homosexuales y todo aquel que no sea parte de la esencia pura del norteamericano capitalismo de extrema derecha.
Los pronósticos y análisis políticos que lo vaticinaban como el próximo huésped de la Casa Blanca siempre fueron conservadores, pues para muchos era casi imposible que el racismo extremo personificado en Trump calara más allá de una atípica campaña electorera que buscaba conquistar con un discurso plagado de nacionalismo extremo.
Esa imagen de hombre poderoso e imbatible hoy simplemente representa una amenaza para la estabilidad mundial. Hoy ya nadie hace chistes sobre las aberrantes ideas racistas, porque en el fondo hoy todo el mundo sabe que desde el mismo momento en que asuma el cargo de Presidente, cualquier cosa puede pasar en Estados Unidos y el mundo.
El problema no es que Donald Trump sea un payaso, políticamente hablando. El problema es que muchos votaron por él, por sentirse identificado por sus discursos y con sus despreciables promesas divisionistas.
El problema será que el egocentrismo de Trump gobernará con un Congreso y con un Senado a su favor, que seguramente respaldarán cualquier ocurrencia del magnate. Da pánico pensar que en realidad lo que la gente prefirió, al votarlo, fue su discurso agresivo, amenazante, divisionista, despectivo, ignorante, grosero, lo que afectará no sólo el destino de Estados unidos, sino indiscutiblemente al mundo entero.
Habrá que esperar que asuma el cargo, y ansiamos que su Gobierno sea otro de los tantos que acaban con un montón de promesas incumplidas, porque cualquier paso en falso que dé la Casa Blanca, afectará la estabilidad mundial.
Paradójicamente hoy muchos criticamos ese acto democrático de elegir Presidente, porque la opción ganadora no era la que preferíamos. El detalle está en que la historia nos ha demostrado muchas veces que la gente no siempre vota por el más capaz, sino por el que promete las cosas más bonitas, aunque al final destruya un país.
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