A sus 39 años, Emmanuel Macron ha echado abajo las puertas del Palacio del Elíseo para convertirse en el octavo presidente de la V República francesa, algo impensable hace sólo un año y todavía difícil de creer si se atiende a su recorrido vital y a sus ideas políticas.
Europeísta en tiempos de eurofobia rampante, liberal en la poco liberal Francia, cerebro económico del vapuleado presidente François Hollande, banquero de inversión en un país receloso con las finanzas, joven en una clase política añosa… Macron, pese a todo, ha conseguido tocar una tecla en los franceses.
Su fulgurante transformación de semidesconocido ministro de Economía a presidente francés se explica por su éxito en presentarse como un reformista al margen del sistema, pero también por las circunstancias que lo han rodeado.
En unas elecciones que parecían confeccionadas para el triunfo de la derecha, la caída en desgracia del conservador François Fillon y la guerra civil en el Partido Socialista le abrieron una oportunidad de oro para aglutinar votos a ambos lados del espectro político.
Y, sobre todo, dentro de la lógica de un modelo electoral que propicia la bipolaridad, Macron consiguió posicionarse como el antídoto perfecto contra el populismo nacionalista de su rival, la ultraderechista Marine Le Pen.
Con información de EFE
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