Los adoradores de la Oktoberfest desafían las alertas en Múnich
Visitantes de la 183 edición de la tradicional Oktoberfest, hoy en Munich. (EFE)

Los adoradores de la Oktoberfest desafían las alertas en Múnich

La Oktoberfest de Múnich abrió este sábado sus puertas a la primera avalancha de adoradores de la fiesta cervecera, la más multitudinaria del mundo, desafiando la lluvia y dispuestos a someterse a los reforzados dispositivos de seguridad dictados por el temor a ataques yihadistas.

Con dos mazazos sobre el grifo cervecero y el ritual grito de «Ozapft is» -traducible por «está abierto»- dio por inaugurada la 183 edición de la fiesta el alcalde muniqués, Dieter Reiter, a las 10.00 GMT en punto, todo ello de acuerdo a la estricta tradición local.

Lograr introducir el grifo en el barril con solo dos golpes es, según la estadística muniquesa, una muy buena marca, sólo igualada por este mismo alcalde el año pasado o por su antecesor, Christian Ude, que tras un largo periodo en el cargo y mucho entreno lo logró en 2005.

Para cuando el mazazo del alcalde dio por formalmente iniciada la Oktoberfest ya llevaban un par de horas paseando por el recinto ferial los primeros miles de visitantes.

Se estima que hasta el 3 de octubre, último día de fiesta cervecera, pasarán entre sus carpas y atracciones unos seis millones de visitantes llegados de todo el mundo.

El precio de la «Maß», la tradicional jarra de litro -medida única en sus tradicionales carpas cerveceras-, se sitúa sobre los 10 euros y se calcula que en sus dos semanas de vida se consumirán siete millones de litros de cervezas.

Desde antes de las 07.00 GMT, hora de apertura al público del recinto, se habían formado ya largas colas ante sus accesos, donde se habían establecido controles especiales de seguridad.

Esa será previsiblemente la imagen de todos los días en esta Oktoberfest, cuya organización había advertido de antemano de que quedaba prohibido ingresar en el recinto con mochilas o grandes bolsas.

La mayoría de los asistentes, especialmente el público local, acudió con lo esencial, principalmente el paraguas o el impermeable.

Los pronósticos meteorológicos eran de lluvia por lo menos para el todo primer fin de semana de la fiesta, lo que aceleró las prisas de algunos por acceder al interior de las casetas cerveceras.

Convenientemente equipados para soportar la lluvia se apostaron también en el centro de la capital bávara el público visitante y los participantes en el tradicional desfile de carretas engalanadas y disfraces bávaros previsto para la jornada inaugural de la Oktoberfest.

Tanto dentro del recinto de la feria como en los alrededores y también el centro de la capital estaban muy presentes los dispositivos especiales de seguridad.

Las autoridades locales han previsto un despliegue de unos seiscientos agentes de policía para velar por la seguridad de la fiesta, cien más que el año pasado.

El concepto de seguridad se ha diseñado teniendo en cuenta los tres ataques de julio que desataron la alerta general en Baviera: el yihadista registrado en un tren de Würzburg, al que siguió unos días después otro en la localidad de Ansbach, además del tiroteo mortal en un centro comercial de Múnich.

El primer ataque fue obra de un refugiado afgano de 17 años, abatido por la policía tras atacar a varios pasajeros, mientras que el segundo lo perpetró un sirio de 27, muerto al detonar la bomba que llevaba en su mochila al tratar de acceder a un festival al aire libre.

En el tiroteo de Múnich murieron diez personas, incluido el atacante, un muchacho de 18 años obsesionado por otras matanzas como la del ultraderechista noruego Anders Breivik en 2011.

La alarma por esos ataques, en el «Land» por el que ingresó la gran mayoría de los 1,1 millones de refugiados llegados al país en 2015, no parece haber hecho mella en la pasión por la Oktoberfest.

El origen de esta fiesta se remonta a 1810 y desde entonces sólo se ha cancelado en situaciones de emergencia, como la epidemia de cólera del siglo XIX, las dos guerras mundiales y la hiperinflación que azotó Alemania en 1923 y 1924.

La fiesta muniquesa se ha celebrado ininterrumpidamente desde 1946 y el peor trauma sufrido hasta ahora fue el atentado del que fue objeto en 1980, con trece muertos y unos 200 heridos, cuyo autor, Gundolf Köhler, de 21 años, era un neonazi miembro del grupo de extrema derecha «Wehrsportgruppe Hoffmann».


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