Cuando apenas tenía 24 años, Miguel Ángel Pascuas se unió a «Manuel Marulanda» en la guerrilla de autodefensa que años más tarde tomó el nombre de FARC, en aquel lejano 1964 tomó las armas y hoy, a sus 76 años se dispone a dejarlas junto a sus compañeros «si el Gobierno cumple».
«Si está la paz y el Gobierno cumple nosotros estamos dispuestos a cumplir sin armas, yo pienso que será de pronto una Navidad mejor: Todavía no es perfecta, estamos acorralados; pero la alegría será cuando el pueblo tenga y logre un cambio», dijo Pascuas a Efe.
Ahora se encuentra junto a otros guerrilleros en un campamento de preagrupamiento en el que espera a que estén preparadas las zonas de reunión a las que deben acudir las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) como paso previo a la dejación de armas y desmovilización.
En ese campamento ha pasado la que será su última Navidad con las armas en la mano, la última en la que tendrá que acostarse temiendo un ataque militar o un bombardeo.
El «Sargento Pascuas», como le conocen en la guerrilla, se mueve con la dificultad propia de su edad y apela a los recuerdos que en ocasiones se entrelazan y en otras se difuminan.
Sin embargo, como si se tratara de un sueño habla de que quizás ahora, con la paz sobre la mesa, haya un enfrentamiento del pueblo colombiano contra los capitalistas.
De ese futuro al que acudirá sin armas gracias al acuerdo de paz firmado entre el Gobierno y las FARC el pasado 24 de noviembre y que está en proceso de implementación teme a los herederos del paramilitarismo y tiene un anhelo: «Que alguien tome el poder como lo hizo (Hugo) Chávez» en Venezuela.
Entonces cree que todo se podrá transformar por medio de la política como una manera de llegar al entendimiento.
«Colombia es muy rica, el pueblo necesita luchar por la igualdad; un cambio social para que venga un tiempo de paz duradero», dice Pascuas, se queda callado unos segundos, reflexiona y aclara que tiene mucha desconfianza de lo que viene pero «toca cumplir con los acuerdos».
Ahora quiere vivir del campo porque «la ciudad es un peligro; hay muchos ladrones, delincuentes y paramilitares, cualquiera le zampa a uno un tiro por ahí, hay también muchos que pueden mirarnos mal».
Los años en el monte no le han hecho perder el humor y pasea junto a su perra «Laika», una cachorra de escasos meses que duerme al lado de su cama y a quien baña personalmente cada vez que se ensucia de barro jugando con otros canes del campamento.
«Quiero entrenarla, pero eso es muy difícil, me han dicho que se la deje a un entrenador por un tiempo pero uno acá arriba se complica», entonces esboza una sonrisa y añade: «Quizás sería mejor entrenarla en el Ejército y reclamarla cuando ya la tuvieran lista».
Al poco vuelve a hablar sobre la ideología de la guerrilla, que considera fue creada para «generar equidad entre los pueblos» y explica que la lucha armada fue importante «para generar un país más equilibrado».
El discurso de paz ha calado en Pascuas, que considera que las FARC ahora deben transformarse en un movimiento político capaz de contrarrestar el desequilibrio que se expone entre «los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco».
El cofundador de las FARC enreda también sus recuerdos de los primeros años, cuando considera que en medio de la violencia política que acosó Colombia en los años 50 y 60 eran apenas una «autodefensa con pistolitas y dinamita para reventar piedras en la carretera».
Después llegó el comunismo contra los «empresarios egoístas», y gobiernos conservadores de la época.
Menciona constantemente a la gente que lo recibió cuando apenas comenzaba su lucha y agradece a los campesinos que les ayudaban con comida o resguardo, recordando el cariño del pueblo en los caminos.
No falta en su relato el recuerdo de la influencia que tuvieron entonces Fidel Castro y el Che Guevara.
«Antes los guerrilleros no se volaban (desertaban), eran conscientes», comenta Pascuas e indica algunas diferencias entre las condiciones de antes y las que tiene ahora: «Se nota en la comida sobre todo, a veces no teníamos sino maíz, ahora tienen de todo».
Recuerda también la segunda conferencia guerrillera, fue en el páramo de Sumapaz, cuando adquirieron el nombre de FARC.
En esa época donde ni las radios habían llegado se comunicaban dejando en las puertas y árboles trapos de distintos colores, «el rojo era peligro, el blanco era que podíamos llegar».
Ahora, mientras toma su café, piensa en el futuro, un futuro en que por primera vez en más de medio siglo no tendrá un fusil colgado del hombro.
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