El presidente francés, Emmanuel Macron, que presumía de mantener contra viento y marea el rumbo de su política, dio a torcer su brazo por vez primera ante la presión de las protestas, en ocasiones de inusitada violencia, de los “chalecos amarillos”.
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Ajeno a la presión de la calle contra sus reformas del mercado laboral o el sector ferroviario, Macron tuvo que ceder ante una protesta heterogénea, sin líderes ni claras reivindicaciones, que selló el final de la luna de miel que el presidente más joven de la historia de Francia había iniciado en 2017 con sus ciudadanos.
Lo que no consiguieron los sindicatos y partidos de la oposición lo logró un grupo carente de líderes, ajeno a las estructuras tradicionales, que algunos han comparado a la aventura con la que Macron revolucionó el paisaje político del país con un partido nuevo al margen de los tradicionales.
Nacido como un movimiento de protesta contra el alza de los precios del combustible, fue acaparando el descontento de las provincias frente a las grandes ciudades, para convertirse en un contenedor de reivindicaciones variopintas.
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Incansables, las manifestaciones cobraron un cariz violento que, sin embargo, no le hizo perder respaldo popular, lo que acabó por convencer a Macron de que la respuesta tenía que estar a la altura del reto planteado.
Fuente: Unión Radio
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