El banquete en honor de los Premios Nobel fue el momento escogido para leer un discurso del premiado en Literatura, Bob Dylan, ausente en la ceremonia, en el que se dijo honrado por recibir un galardón «tan prestigioso», lo que dio al último acto de la jornada un valor especial.
Al final de la cena de gala es tradición que un premiado por categoría tome la palabra para hacer un breve discurso de agradecimiento, pues en la entrega de premios se limitan a hacer una reverencia al rey Carlos Gustavo, a los académicos y al público.
Tras conocerse la concesión del galardón, Dylan mantuvo un absoluto mutismo durante más de una semana, luego comunicó a la Fundación Nobel que aceptaba el galardón, pero que tenía compromisos que le impedían ir a recogerlo y que mandaría un discurso.
Dylan comenzó disculpando su ausencia, pero aseguró que estaba en «espíritu» y que se sentía honrado por recibir un premio «tan prestigioso», según las palabras del cantautor leídas por la embajadora estadounidense en Suecia, Azita Rajji.
Recibir el Premio Nobel era algo «que nunca habría podido imaginar», aseguró Dylan, quien nunca ha tenido tiempo de preguntarse si sus canciones son literatura, pero agradeció a la Academia que sí se lo hubiera planteado y que llegara a una respuesta «tan maravillosa, que le valió el galardón.
Durante su turno de palabra, el nobel de Química James Fraser Stoddart destacó que sus estudios y los de los otros premiados en la categoría se realizaron con equipos de más de 30 países.
«Nuestra química se ha realizado sin prejuicios y sin reconocer fronteras. La ciencia es global -remarcó- y no hay vuelta atrás, ni siquiera ante el incierto futuro que se extiende hoy por alguna de las principales democracias del mundo occidental».
El banquete había comenzado casi tres horas antes, con el descenso por la imponente escalera de piedra del Salón Azul del Ayuntamiento de Estocolmo de los invitados de honor, en un cortejo encabezado por un maestro de ceremonias y dos jóvenes estudiantes en traje de noche y tocadas con gorra universitaria.
El cortejo lo abrió el rey Carlos Gustavo, acompañado de Odile Belmont, esposa del laureado en física Duncan Haldine, y seguidos de la reina Silvia junto a presidente de la Fundación Nobel, Carl-Henrik Heldin.
La familia real sueca asistió al completo tanto a la ceremonia de entrega de premios en la Sala de Conciertos de Estocolmo como al banquete posterior y para la ocasión la reina Silvia lució un recargado vestido gris de pedrería y escote en uve.
La princesa heredera Victoria, acompañada de su esposo el príncipe Daniel- se decantó por un vestido malva con brocado de flores doradas que dejaba un hombro al descubierto.
La princesa Magdalena, con un espectacular vestido rosa con cuerpo y magas de gasa y falda de pétalos, acudió junto a su marido Christopher O’Neill, y el príncipe Carlos Felipe con su esposa, Sofía, que lucio un traje de seda verde oscuro de diseño sobrio y adornado por dos broches en cintura y pecho.
Una vez sentados, los casi 1.350 invitados secundaron el brindis que pronunció el monarca el honor del creador de los premios, Alfred Nobel, fallecido el 10 de diciembre de 1896 en la ciudad italiana de Sanremo.
Ese fue el momento en que los invitados conocieron el menú de la noche, que tuvo la langosta y la codorniz como protagonistas, con un postre de aires japoneses a base de sudachi, un cítrico de ese país.
El banquete estuvo amenizado por un divertimento en tres actos, durante el que uno de las más famosos clarinetistas del mundo Martin Fröst y el compositor Magnus Lindgren llevaron a los presentes a través de la historia de la música.
El Salón Azul se vistió para la ocasión con una sencilla decoración floral en colores pasteles y verdes, que rememoraban los los tonos del final de la primavera. Entre las flores predominaban los claveles, orquídeas, crisantemos, lilas y varios tipos de líquenes ofrecidos cada año por la ciudad de Sanremo.
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